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1 sept 2013

Teleshakespeare: mirar o no mirar…



Teleshakespeare: 
mirar o no mirar…cierta TV que interroga.  

(*versión escrita de la presentación realizada al ensayo  
Teleshakespeare (editorial Germinal), de Jorge Carrión
en la Feria del Libro de Costa Rica)  

  
Lo primero que quisiera “confesar” antes de iniciar estos breves comentarios a Teleshakespeare, es que, al igual que muchos que en nuestras profesiones o aficiones resultamos  cercanos al análisis  del cine, las artes visuales, la literatura o la escritura en general,  no he dejado de tener un cierto prejuicio -muchas veces justificado- por la televisión como medio masivo. Sin llegar a colocarla como esa imponente “caja tonta” que todavía algunos denigran o estigmatizan, aunque muchas veces la consuman  -y disfruten- a ocultas, soy de los que no les presta mucha atención al medio televisivo, quizás  por la idea de que es mucho el tiempo –y la potencial adicción que genera- que se pierde consumiéndola, y que es poco lo es capaz de aportar, más allá de las noticias catastrofistas o amarillistas de los noticiarios, los programas de chismes y  entretenimientos,  y otros similares. 

Por eso lo que inicialmente me atrajo al conocer este ensayo,  fue su título mismo: una mezcla que pareciera paradójica, pues resulta difícil concebir cómo desde el ámbito televisivo pudiera interactuarse con un canon occidental incontestable de lo literario y la escritura como lo "shakespereano".   El otro dilema al acercarme a este ensayo, es precisamente que no he seguido muchas de las teleseries norteamericanas que comenta Jorge Carrión en sus reflexiones, por lo que mis impresiones y comentarios se refieren sobre todo al tipo de ensayismo que ejerce  este investigador y los argumentos en que se sustentan.  Por ello, me ha parecido interesante retomar una estrategia que Carrión  propuso al aproximarse en uno de los capítulos a la muy conocida serie Los Sopranos,  y que expuso  a partir de notas sueltas, algo similar a lo que haré en estos fragmentarios comentarios.  

Lo primero que me llamó la atención de este ensayo, es la posible relación que pudiera tener, en el caso de Jorge Carrión,  con su condición sui generis de escritor de libros de viaje, ficción y ensayo, estrechamente vinculados  con híbridas formas de interrelacionar escritura, visualidad, tecnología e interactividad en el contexto contemporáneo, no solo español  sino iberoamericano e internacional.   Por eso, mi interés por el libro viene dado más por el tipo de ensayismo que propone Carrión y sus posibles conexiones, que por la cercanía  al tema propiamente.  Así, a pesar de no conocer las tramas, personajes y sub-textos de estas teleseries, me interesa sobre todo la complejidad  de las referencias intra y extra-textuales que propone el ensayista, que van de la literatura clásica y contemporánea, a la novela gráfica y el comic,  de la filosofía y la estética, a la física cuántica, pues ese reto fue lo que me incitó a continuar su lectura.  

Esto, a su vez, lo conecto con esa referencialidad híbrida, polimorfa de algunas tendencias ensayísticas contemporáneas,  que entremezclan referentes desde literarios, estéticos y filosóficos, hasta mediáticos o cotidianos,  pero que a la vez se alejan de los formatos aburridos, encorsetados  y poco propositivos del academicismo al uso, que bajo el ropaje de un supuesto equilibrio, seriedad y “cientificidad” investigativa , lo que aportan la mayoría de las veces  son temas manidos y lugares comunes a las problemáticas culturales -sean estas literarias, visuales, etc.-   de nuestros contextos, con una escasa o nula dosis de dudas e interrogantes.   

Por ello, no me cabe duda que en el debate entre paradigmas ensayísticos -e incluso epistemológicos- tanto en ese ámbito académico como en el mediático,  ensayistas como Jorge Carrión puedan ser tildados  en muchas ocasiones como  “pop-modernos”, con todo lo despectivo que tiene ese término  al intentar desacreditar cualquier intento de renovación, tanto de las formas como de las ideas  que arriesgan una comprensión de los ámbitos literario y visual en sus complejas interconexiones actuales, mediadas sobre todo por la virtualidad, las redes sociales y las tecnologías.  

En conexión a esto, aunque en una entrevista que le realizaran hace algún tiempo, Jorge Carrión niega –o al menos cuestiona-  pertenecer a una “generación” (con todo lo problemático  que tiene este término)  de escritores nacidos en los 60´s y 70´s dentro del  contexto español, llamada en ocasiones Nocilla, en otras Afterpop,  o Nueva Luz -por destacados integrantes de esas tendencias como Agustín Fernández MalloVicente Luis Mora o Eloy Fernández Porta-  siento personalmente que,  a pesar de los particulares caminos y marcas individuales que legitimamente defiende Carrión en esa entrevista, a mi entender lo emparenta una determinada sensibilidad común, un cierto “espíritu de época” (para decirlo en términos neo-románticos) con esas tendencias reivindicadoras de nuevos modos de analizar -y ver- esas interrelaciones complejas entre literatura y ensayo, nuevas tecnologías, espacios virtuales-interactivos y de conocimiento, como componentes ineludibles en esas formas de hibridación entre escritura y  visualidad, virtualidad y realidad que se ha producido en la cultura contemporánea. Y creo que, precisamente, Teleshakespeare es una evidencia de ello.   

Así, los referentes o lecturas intertextuales para analizar y percibir las mejores teleseries estadounidenses  de los últimos 25 años desde el paradigma shakespereano –o que también pudiera ser cervantino, o borgeano, plantea Carrión en otro contexto- desde la lectura que propone Harold Bloom sobre la literatura occidental; o las reflexiones sobre los vínculos entre visualidad y globalización, virtualidad y estética que propone Nicolás Bourriaud como nuevos modos de ejercitar el intercambio entre creación, crítica e interpretación, o de percibir las interrelaciones entre productores-creadores y lectores-espectadores activos; o  el modo de relacionar física cuántica con sus percepciones sobre diversas teleseries, tanto de ciencia ficción como más realistas,  podrían ser catalogados en este caso, desde un ensayismo academicista y ortodoxo, precisamente como una “impostura" investigativa poco seria y hasta irresponsable.


No obstante, creo que vale la pena citar algunos breves pasajes de Teleshakespeare,  donde Jorge Carrión realiza comentarios  y afirmaciones que pudieran considerarse -según se interprete-  escandalosas o, por el contrario, incitantes reflexiones que nos invitan a interrogarnos sobre esos complejos vínculos entre teleseries y sus múltiples referentes. Así, por ejemplo, al  analizar los vínculos entre teleseries y algunos referentes literarios, filosóficos o psicológicos, Carrión nos dice: “Algunas teleseries han construido, capítulo a capítulo, auténticas bibliotecas de narrativa, poesía y ensayo… con referencias a Shakespeare, Nietzsche, Baudelaire, Tocqueville, Freud o Jung…” .   O cuando cita  como exergo, al inicio de su ensayo,  precisamente a Nicolas Bourriaud, a propósito de la crítica y la interpretación en el época actual: “La primera tarea del crítico consiste en reconstituir el juego complejo de los problemas que enfrenta una época particular y examinar sus diferentes respuestas…La actividad artística constituye un juego donde las formas, las modalidades y las funciones evolucionan según las épocas y los contextos sociales, y no tiene una esencia inmutable. La tarea del crítico consiste en estudiarla en el presente.”  

O esta otra, sobre semiótica, cultura visual y tecnología contemporáneas,  muy relacionadas con lo que plantea Bourriaud y los análisis de los vínculos entre realizardor-productor y lector-espectador deTeleshakespeare: “Nos encontramos en un momento histórico de una complejidad semiótica sin precedentes, por la multiplicación de lenguajes y de vehículos de transmisión, en grados de simbiosis e hibridación inimaginables hace veinte años ...Se ha desestabilizado para siempre la separación entre el artista o artesano como productor y el lector o televidente como consumidor…Todos producimos porque todos somos actores…Todos somos piratas textuales que leemos, descontextualizamos, descargamos, traficamos con links y con lecturas de las obras que identificamos como pertenecientes a ese meta-género que es la teleserialidad de culto. Todos somos fans. Todos somos microcríticos…microcríticos recreadores. La energía que nutre de información y de arte el universo teleshakesperiano”.   

O igualmente,  cuando relaciona las teleseries y sus espectadores-lectores activos,  a lo que llama “ficción cuántica”: Bisnietos de Baudelaire, nietos de Walter Benjamin, hermanos o hijos de Marguerite Duras o Joan Fontcuberta, los lectores metropolitanos de la ficción cuántica son multicanales… Practican la lectura en niveles simultáneos, en universos paralelos, en archipiélago o en red. Su inteligencia está en perpetuo intercambio… Porque la ficción cuántica no sólo goza de una existencia múltiple, en estados paralelos y complementarios, en mundos posibles que se retroalimentan, sino que esa multiplicidad tiene como razón de ser el conocimiento. Es narrativamente compleja porque entiende que las realidades que se propone analizar también lo son. No respeta los géneros porque no se impone restricciones y porque sabe que, en el fondo, no son más que perspectivas de lectura sobre el mundo, opciones que se pueden y se deben completar, simultáneamente, con otras, con todas las posibles” .

Más adelante, y de manera más puntual, Carrión desliza un análisis específico de varias teleseries estadounidenses  recientes, que tipologiza de manera laxa, siguiendo  desde sus historias o tramas, hasta las perspectivas psicológicas o sociológicas de sus argumentos y personajes: “Sería posible establecer una clasificación de las teleficciones norteamericanas de nuestra época según su velocidad interna. En un extremo tendríamos los productos de acción,  en los que las situaciones límite y los giros argumentales se suceden a ritmo de vértigo, como 24 o Prison break; en el centro, cambiando constantemente de velocidad, estarían Dexter o Lost; y en el otro extremo, la relativa lentitud de las mejores teleseries de la historia, como Six Feet Under, The Sopranos o The Wire”.

De ellas  extraigo solo algunos ejemplos de análisis asociativo, entre los que más me llamaron la atención: Dexter y la dualidad sicológica, Fringe y el bioterrorismo, Treme y el espectador de arte o culto (“que se joda el espectador promedio”, según la irónica frase Carrión), The Wire y la obra de arte total. Y precisamente, sobre esta última Carrión expresa,  de manera tajante: The Wire es una obra de arte, una máquina de representación, una red cuyas contracciones y expansiones están perfectamente controladas…La ficción hiperrealista sólo puede terminar donde ha comenzado: en lo real. The Wire pone rostro y biografía a la multiplicidad de la ciudad. No reduce la complejidad mediante la simplificaciónExpande redes; superpone estratos; llena los vacíos de sentido de la trama urbana; propone centros posibles para, tras la elipsis, pulverizarlos”.

Otros  importantes énfasis  propone Carrión en su ensayo (como el de la “autoría” en las teleseries) que les dejo como inquietud adicional. No obstante,  quisiera sugerir otras posibles líneas de investigación –e inquietudes- que me despertó este estimulante ensayo: desde el análisis sobre el fenómeno televisivo y sus afluentes que han realizado ensayistas -clásicos o contemporáneos-  que van desde Theodor Adorno y Umberto Eco, pasando por Marshall Mac Luhan y Guy Debord, hasta David Foster Wallace o Slavoj Zizek (los cuales menciona el ensayista), o que podríamos expandirse incluso a Jean Baudrillard o Paul Virilio  y sus  términos asociados a la “pantalla-mundo”; o en el contexto latinoamericano, valdría la pena revisar críticamente desde las lecturas mediáticas-politizadas de Ariel Dorfman y Armando Matterlat en los años 70´ , pasando por análisis semióticos y contextuales como los de Lorenzo Vilches y Jorge La Ferla, o de ensayistas culturales como  Armando Silva y Néstor García Canclini, por poner algunos ejemplos. 

Esto se asocia, a su vez,  con algo a lo que hace referencia -como interrogante más que respuesta- Jorge Carrión en una entrevista: cómo “traducir” esa efectividad mediática y a la vez profundidad referencial de algunas teleseries estadounidenses,  si analizamos el universo particular del melodrama y la telenovela ibero-latinoamericana.  Pero igualmente, podríamos pensar en el análisis, seguramente estimulante también, de cómo se manifiestan las teleseries y sus referentes múltiples en contextos que han conocido del auge de un particular “cine de autor” en los últimos 15-20 años (como el contexto medio-oriental) o en esos monstruos económicos y audiovisuales que son China, Japón, Corea del Sur o la India en el Oriente... En fin, son solo posibles temas que  quedan como interrogantes, dentro una rizomática investigación en la que puede derivar este amplio y complejo tema.     

Por último, quisiera agradecer a  la Editorial Germinal por la publicación de este libro en Costa Rica, que permite establecer  interconexiones y diálogos entre el contexto literario, ensayístico y de pensamiento costarricense e iberoamericano, que considero nos retroalimenta y enriquece a todos.  Y finalmente,  terminar con otra reflexión de Jorge Carrión,  relacionada directamente con el vínculo entre ese paradigma “shakespeareano” y las teleseries,  en relación a lo tecnológico y lo literario, pero también –y sobre todo- con lo humano:    “Lo humano es un fenómeno dinámico, esquivo, resbaladizo, nómada, de imposible fijación, que nadie puede definir unívocamente, ni siquiera el ente inconcreto a quien llamamos William Shakespeare… Hamlet, el Quijote, Robinson Crusoe, la Comedia humana, Crimen y castigo, La Regenta, La montaña mágica o Austerlitz comparten ese punto de partida: la obra es un campo de investigación, un laboratorio en que el creador disecciona, trata de descubrir qué es y qué puede llegar a ser un ser humano en un momento histórico concreto… entre el universo dramático del teatro isabelino, con Shakespeare en su centro, y el universo melodramático de la serialidad televisiva contemporánea, sin centro definido,  Shakespeare queda lejos, desenfocado, viral, en el trasfondo. Hay que hacer un zoom para identificarlo. Pero se nos pixela. Insistimos, no obstante. Teleshakespeare”. 

7 may 2013

Migra acciones: laberinto, palabras, vacío


Migra acciones: laberinto, palabras, vacío.  




“Los viajes son los viajeros.  
Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos” 
Fernando Pessoa 



Migrar quizás no resulte solo la acción del que parte -o debe  partir- del lugar de donde nació, sino el modo en que viajamos, real o mentalmente, para reconstituirnos a lo largo de nuestras vida. Por eso palabras como “partir-salir-extrañar-añorar-mudar-explorar…”, son verbos en infinitivo que pueden aplicarse al que “emigra” físicamente, pero igualmente a cualquier desplazamiento humano que  oscile entre ese “ser” y un “estar”, en esa reconfiguración de nuestras múltiples identidades –sociales o culturales, personales y psicológicas.  

La escogencia de tales términos en la exposición Migra-acciones, de Eugenia S Rudin, a partir de un oculto laberinto de crucigramas, junto a la condición in-visible de esas palabras mismas, potencia  ese carácter ambivalente de lo que pudiera representar el “migrar”, en un sentido más amplio y abierto: “renunciar-reiniciar-dudar-desconfiar-conquistar-construir-buscar-desear…”



  Es estimulante que esas palabras,  figuras interrelacionadas de un lenguaje que propone significaciones ambivalentes, deban atisbarse por parte del espectador de una manera siempre fragmentaria y precaria;  solo a partir del “accionar” de la luz de una linterna que nos va ofreciendo -desde su limitado foco o haz de luz-  partes de esas palabras, a veces solitarias o en sus entrecruces, en movimientos que dependen de la luz misma y el accionar de la mano que las busca;  que tenemos que ir reconociendo poco a poco, para intentar descubrirlas no en un ejercicio de lectura lógico-racional, sino en una reconstrucción de asociaciones  que no termina nunca, pues no sabemos lo que esconde la totalidad de esas cinco paredes aparentemente vacías, de la pequeña aunque potente muestra.  

Con puntos de confluencia –e influencias- de artistas que han trabajado a partir de las interacciones entre “imagen y texto” con distintas connotaciones y énfasis (desde conceptualistas clásicos como Joseph Kosuth y Lawrence Wiene, hasta artistas mujeres como Jenny Holzer y Barbara Kruger, o latinoamericanos como Luis Camnitzer y Alfredo Jaar),  así como  bebiendo también de una poesía caligramática y literatura visual que experimentaron en disímiles interacciones entre palabras y figuraciones durante todo el siglo XX y hasta la actualidad,  la muestra Migra Acciones  busca colocarse a medio camino de ese arte y escritura mentales y visuales, como ejercicio comunicativo, pero también como hecho estético.  En ese sentido, esta especie de fantasmal exposición, pareciera hacer suya la sugerente referencia de Michel Foucault a Magritte y su célebre pipa, como negación textual y de representación, cuando afirmó: “La semejanza era la forma invisible de lo que, en el fondo del mundo, hacía que las cosas fueran visibles; sin embargo, para que esta forma salga a su vez a la luz, es necesaria una figura visible que la saque de su profunda invisibilidad”


Por eso, tal vez uno de los mayores “misterios” (para decirlo en términos de Oscar Wilde) que ofrece esa in-visibilidad de las palabras que interactúan en Migra-acciones, sea la incompletud del lenguaje del que habla el psicoanálisis lacaniano, y por extensión, como expresión o metáfora de la precariedad y lo inacabado en la construcción constante de lo “identitario”.

Ese carácter in-visible se evidencia, además, a partir de otro “misterio” que nos ofrece esta en apariencia vacía muestra: esas paredes blancas, raspadas de manera irregular, esconden lo que podemos ver y palpar, solamente a través de  un mecanismo tecnológico asociado a la visión  –la linterna-, pero sobre todo del pensamiento, que activa esas palabras en la mente en crucigramas  fragmentados y laberínticos, que debemos ir  armando poco a poco, como especie de jirones… 


Esa  sutil -pero ultraviole(n)ta-  luz que emite la linterna, en su éterea desmaterialización, artística y visual, también parece de-velarnos “algo” más:  lo que se nos expone o hace visible de pronto, inmediatamente se nos oculta o invisibiliza en otro momento, en una suerte de vuelta a la idea de “galería vacía”,  que aquí es indirectamente negada, a partir del vínculo precario y difuso entre luz y oscuridad, mirada y tecnología; quizás para decirnos con Borges, y retomando esa inicial cita de Pessoa asociada al desplazarse, al viajar o migrar,  que “Los lugares se llevan, los lugares están en uno.”

Nota: Las palabras seleccionadas para esta muestra,  en una estrategia cercana a cierta "estética relacional",  también desmaterializada, la artista las obtuvo con el aporte y colaboración de múltiples personas -sobre todo costarricenses y nicaraguenses- a los que se les preguntó justamente, sobre palabras o términos que podían asociar a los procesos migratorios y sus múltiples dilemas.

17 sept 2012

Esto no es un áncora: políticas editoriales, estética y arte contemporáneos



Esto no es un áncora
 
de políticas editoriales, arte y estética contemporáneas


La “polémica” que se ha suscitado en los últimos días, a través de correos electrónicos, sobre la responsabilidad de un semanario cultural –Ancora, de La Nación- en el abordaje y visibilización de temas relacionados con arte y cultura visual contemporáneas, ha derivado en varias intervenciones y algún artículo reciente que, al haberlos leído y contrastado, me han llamado la atención no solo por lo que dicen o expresan, sino por lo que subyace tras ellos, por lo que omiten más que por lo que evidencian... 

Expresaré aquí mis puntos de vista acerca de algunos de ellos, y los publico en mi blog personal, pues considero que justamente uno de los aspectos neurálgicos que se está debatiendo aquí, es no solo la falta de información, conocimiento y/o los prejuicios de este medio masivo de información –o más bien de su editor- en cuanto a las problemáticas de estética, arte y cultura visual contemporáneas, sino acerca de “políticas editoriales” en general.  

. Sobre “políticas editoriales”:

El Sr. Hurtado, editorialista jefe –y al parecer único- del semanario Ancora, ante las interrogantes y los cuestionamientos que se le han hecho a través de múltiples correos electrónicos en semanas recientes, expuso de manera diáfana su punto de vista al respecto: “el responsable del contenido soy yo”. Con esa frase, el Sr. Hurtado me hizo recordar aquella célebre -L'État, c'est moi”-  que pronunció Luis XIV a finales del siglo XVII, aunque en este caso acotadas a las escasas páginas a las que ha sido reducido el semanario Ancora.

Siguiendo su etimología misma, pareciera que “anclar” sus perspectivas en algún sitio bien hondo y oculto es la intención de este semanario, pues en los últimos años se ha alejado de lo que debería ser su propósito principal: actualizar, interactuar, debatir, polemizar, increpar -aun con propósitos informativos y educativos- al  medio artístico y cultural costarricense; y más allá, ponerlo a  dialogar con problemáticas y temas que rebasen su contexto físico y simbólico. 

Por eso me cuestiono si existe algo parecido a una política o línea “editorial” en este semanario, o simplemente está sometido a lo que se le ocurra o antoje publicar a su editor- jefe, pues sino existe un equipo editorial -como es algo común, y profesional, en cualquier semanario o revista literaria-cultural que se respete-, al menos deberían existir algunos especialistas o “asesores” editoriales de los múltiples temas relacionados con las artes, que orienten al menos  a este señor, pues es imposible que una sola persona pueda abarcar todos los conocimientos suficientes para tomar decisiones editoriales sobre las muy diversas  tendencias o eventos del arte y la cultura que se producen en la época actual, aun en un contexto pequeño como el costarricense. 

Que no existan esos asesores editoriales para darle una perspectiva un poco más plural y abierta a lo que se publica en este semanario, pero además, que muchos colaboradores anteriores –escritores, ensayistas, críticos, periodistas, como mencionó alguien en uno de los correos- que antes publicaban en este medio, no lo hagan en la actualidad, habla por sí solo de las in-capacidades del Sr. Hurtado para atraer a profesionales valiosos en sus especialidades.     

Ahora bien, aparte de dejarnos claro que solo “él” es quien decide qué se publica -o no- en el semanario Ancora, y por lo tanto, seguramente qué temas se abordan, el otro argumento, aun más sorprendente, que el Sr. Hurtado esgrime para sustentar su “política editorial”, es el  “manual" de escritura que receta a sus colaboradores, y para ello acude a una frase no menos antológica: “Lo que no se entiende no se publica porque no se lee” (textos “vagos, metafísicos” les llama); para luego situarse él mismo como una especie de “lector-escritor” común o promedio, aun cuando los breves textos  que he leído suyos -llamados “Disquisiciones”-  están justamente plagados de vagas referencias a filósofos, literatos, etc., de al menos dos siglos de antigüedad casi siempre, que pudieran considerarse  precisamente “metafísicas”,  pues no se toma el mínimo trabajo de situarlas en sus con-textos históricos y de pensamiento.  

Al menos para mí como lector (que no me considero “promedio”, como dice de sí mismo el Sr Hurtado),  sus “disquisiciones”  me resultan de los más críptico pero a la vez de lo menos disfrutable que he podido leer en un semanario cultural o literario,  pues ni abordan un tema específico, ni llegan a ningún lugar en los "argumentos" que plantean, y por ello mismo se vuelven justo un modelo “di-vagación metafísica”. El Sr. Hurtado, que al parecer se considera un émulo de Jorge Luis Borges y dicta manuales de escritura, no ha entendido que el lugar para publicar sus breves “disquisiciones”, no es  un semanario cultural, sino un libro de miniprosa  -ensayística, poética, o como quiera llamarle- que pudiera financiarse él mismo, sino encuentra una editorial que se decida a publicarlo. 

Por lo tanto –y para no divagar más- que alguien que escribe esos tan breves aunque inentendibles textos, anteponga un “manual de estilo" hecho por sí mismo, para dictar quién pública o no en “su” semanario, no deja de ser sospechoso de que el verdadero motivo de tal particular política editorial, no es tanto el “estilo” gramatical o literario del que desea publicar, sino de quién y qué se desea publicar.  Pienso que, en última instancia, eso es lo que está detrás de ese famoso manual  y de la escasa y selectiva publicación de temas sobre arte –y más específicamente sobre arte contemporáneo- que se maneja en este  semanario desde hace algunos años y hasta la actualidad.

Igualmente, que se esgrima el pretexto de “claridad textual” hacia un “público promedio”,  tomándose a sí mismo como medida del “lector ideal”,  sin que se nos justifique bajo qué normas o parámetros  se realizó ese manual, no es serio ni sustentable desde ningún punto de vista: ¿sobre qué criterios periodísticos, literarios, gramaticales se realiza  esto? ¿o es que el Sr. Hurtado tiene la  “verdad” sobre el recurso de la comunicación periodística-cultural para públicos diversos en su mente? ¿cómo demuestra este editorialista quién “entiende” -o no- los textos que se publican en su semanario, tanto a nivel de temas como de contenidos y estilo?  ¿acaso recibe la continua retroalimentación crítica de amigos “lectores”, porque al menos en la web, los artículos están plagados de “cero” comentarios, según constaté en días recientes.

He trabajado como crítico de artes  visuales y cine para varios medios -incluida La Nación-  tanto masivos como especializados en Costa Rica,  Latinoamérica, EE.UU. y Europa, y  nunca un editorialista me había espetado un “manual” como base para publicar en esos medios, pues se trata de un simple respeto profesional. Si un editorialista tiene algún cuestionamiento a lo que escribió un colaborador –sea de contenidos o de estilo- en un artículo determinado, lo que hace es comentarlo directamente al que escribe, para negociarlo como política editorial.   Todos estos cuestionamientos los hago, además, porque asumo que esos criterios periodísticos de supuesta "objetividad o equilibrio" en la escogencia de información, contenidos, temas, formas o estilos de redacción,  no dejan de ser -en este caso específico- sumamente antojadizos y arbitrarios, lo cual no tendría ningún problema si este medio fuera el semanario, revista o página web particular de este señor,  que no lo es.

Por eso considero particularmente, y no lo generalizo (como si lo hace el Sr. Hurtado  al situarse como una especie de lector-editor "ideal” en la escogencia de lo que se publica o no en Ancora y de lo que pueden leer o no sus lectores)  que este semanario ha perdido en los últimos años la presencia y repercusión tanto mediática como informativa que tenía hace un tiempo en el medio artístico y cultural costarricense, pues se ha convertido en un aburrido espacio de  artículos breves -estilo “reader´s digest”- que no tratan ni con seriedad ni con profundidad, en la mayoría de los casos, las “ciencias” y las “artes” que se proponen abordar; pero que tampoco realiza lo que debería ser –a mi entender- su objetivo principal: no solo “informar”, sino visibilizar y situar problemas, debatir y polemizar dentro del  medio artístico y cultural costarricense, y más allá de éste; pero además,  ponerlo a  dialogar con temas y problemáticas más allá de su contexto.  

En cuanto a la escritura misma y sus bemoles, un semanario cultural más que ningún otro medio –deportivo, de moda, de farándula, etc- precisamente por las características  de los lectores a  los que va dirigido, se supone más interesados y abiertos a estos "experimentos",  puede  permitirse la libertad de ser más flexible e incluso arriesgado con el lenguaje que maneja, tanto textual como visual, pues precisamente sus potenciales lectores y colaboradores, trabajan o están cercanos a estos campos de escritura y visualidad. Así, si nos guiáramos  por las normas del manual del Sr Hurtado, me imagino que los espacios más o menos masivos de reflexión y crítica artísticas, no hubieran podido ir más allá del carácter didáctico que le confería a estos escritos Diderot, que en la época en que fueron expuestas eran muy necesarias por la función educativa que podrían desarrollar, pero que esgrimirlas en la actualidad -de manera ortodoxa- resulta no solo profundamente conservador, sino además un sinsentido. Como expuso Charles Baudelaire a mediados del siglo XIX -y también lo hizo Oscar Wilde a finales de ese siglo, y lo enfatizó  Roland Barthes en "Crítica y Verdad" o Tzvetan Todorov en sus entrevistas-conversaciones de "Crítica de la crítica"- las reflexiones sobre artes y literatura en medios masivos deben ser serias en sus planteamientos y contenidos, pero a la vez apasionadas y vehementes en sus argumentos y puntos de vista, no  un rejuego de retórica apolinea -belleza, perfección y armonia ante todo- para supuestamente  hacerlas  "diáfanas, equilibradas, legibles"; qué hubiera quedado de la experimentación literaria (de Cervantes a Joyce), ensayística (de Montaigne a Paz), crítica (de Baudelaire a Barthes), si siguiéramos esas ortodoxas reglas de escritura. 

Por otro lado, desde el "lector" y los recursos de comunicación:  considerar a quienes leen o quienes miran, tanto en un sentido visual como textual, especie de sub-normales, que hay que darles temas y escrituras  “didácticas-entendibles”, o sea, predigeridas y sosas, con un criterio "editorial" que no tiene ningún tipo de fundamentación ni sustento palpable (si acudimos al paradigma de las “estadísticas” o de las “ciencias” para sustentar esto), no es más que puro personalismo, disfrazado de “objetividad” periodística.   

 . Sobre estética y arte contemporáneos:       

El tema del “arte contemporáneo”, su in-visibilidad y los prejuicios con que ha sido  analizado, fue la base sobre la que se cuestionaron las posiciones de ese semanario en los correos de días recientes, lo que me permitió leer algunas afirmaciones o breves comentarios del editorialista de Ancora, que me resultaron muy llamativos de sus percepciones al respecto, más por sus desconocimientos y lo que omite,  que por lo que dice... 

Así, en una breve disertación sobre la diferencia entre “artes plásticas” y “artes visuales”, el Sr. Hurtado recurre a Aristóteles para legitimar su distinción (lo cito: “Las artes plásticas son las que ofrecen objetos físicos que revelan trabajo de la forma. Las artes visuales son las que se hacen para que la gente las vea. Esto equivale a la diferencia aristotélica de la especie y el género”)

Con esta confusa referencia a Aristóteles, obtenida de quien sabe qué “interpretante”, el editor demuestra sus cuestionables conocimientos sobre el tema al que se refiere. Para cualquier profesor o conocedor de estética, esta alusión no resulta más que una pedantería innecesaria y -por lo demás- errada, pues es sabido que lo que nos ha llegado fragmentariamente de Aristóteles, referido a la estética y las distinción entre artes, pertenece a la primera parte de su Poética, donde este filósofo no realiza directamente ninguna distinción explícita entre artes “plásticas” y “visuales”, pues esos términos simplemente no existían en la antigüedad griega tal y como se conocen hoy. Por lo tanto, la extrapolación que realiza el Sr. Hurtado a la supuesta diferencia entre "especie y género" para referirse a las artes "plásticas y visuales", refleja esa necesidad de establecer continuamente distinciones entre técnicas o lenguajes, contenido y forma, tan propio de una modernidad que leyó de una manera bastante formalista, tanto a Platón y Aristóteles, como a la tradición renacentista-iluminista que la continuó.   

Las distinciones entre artes visuales y literarias, entre artes manuales, bidimensionales o espaciales -en “Occidente” al menos-, aunque proceden indirectamente de la tradición clásica greco-romana, fueron totalmente actualizadas como distinción genérica y conocimiento general, desde el surgimiento de la estética como “disciplina” a lo largo del  siglo XVIII: del Laooconte de Lessing y la Crítica del Juicio de Kant, pasando por todo el siglo XIX –de Hegel a Nietzsche-; para desembocar en los estudios especializados del siglo XX de historiografía del arte –iconología, sociología, etc-, así como en la irrupción de los medios tecnológicos, la fotografía y el cine sobre todo,  en el ámbito estético-artístico desde el siglo XIX y durante el  XX y hasta la actualidad, donde los medios digitales-virtuales vuelven aun más complejas y difusas estas supuestas distinciones o fronteras que se pretendieron  realizar entre las “artes”. O sea, desde Aristóteles -que sin duda fue y sigue siendo, a pesar del origen difuso de sus escritos,  una base muy importante para entender algunas distinciones y elementos relacionados con las artes y la estética- ha llovido mucho, y no solo en Costa Rica, y los planteamientos dedicados a la estética y las distinciones entre lo “plástico” y lo “visual”, tienen una infinidad de referentes más actuales y precisos que Aristóteles: desde Panofsky, Gombrich o Warburg, hasta  Danto, Didi-Huberman, Foster o  Mitchell, para mencionar solo unos pocos... 

Por eso, la anacrónica “distinción” que este editor hace y las percepciones estéticas que deben acompañarlas como referentes (posiblemente más cercana a la idea de “mímesis” de Platón y lo apolineo, que a la de catarsis o re-creación de lo real desde la representación que expone Aristóteles  sobre todo en torno al teatro, que fue sobre lo que más escribió o analizó),  cuando menos debería actualizarlas, para que en una explicación periodística sobre el tema, no tenga que recurrir a tan añejos  referentes. 

Por otro lado, si el Sr. Hurtado se actualizara un poco en sus lecturas ensayísticas y filosóficas, se daría cuenta que incluso algunos de los filósofos a los que alude irónicamente como “popmodernos” (como hizo con el texto sobre lo “contemporáneo” de Giorgio Agamben, que recomendó Sergio Villena en los correos), para ningunearlos, tienen posiciones críticas   respecto al arte y la cultura visual posmoderna y contemporánea.  Quizás por eso, solo se le ocurrió acudir al endeble panfleto  de  A. Sokal y J. Bricmont -Imposturas intelectuales-  que supuestamente cuestiona a un grupo de autores contemporáneos claves de ascendencia francesa (de Julia Kristeva a Jacques Lacan, pasando por Jacques Derrida o Jean Baudrillard) por supuestamente “abusar” de manera arbitraria, de conceptos y términos de las ciencias y no aportar argumentos “demostrables” para sus afirmaciones; sin tratar de comprender -como han analizado múltiples especialistas en estos temas- las particularidades de los libros-ensayos  y autores que ponen aparentemente en entredicho,  de dónde extraen esas referencias "extrapoladas" -según sus percepciones- o cómo son utilizadas y sacadas de con-texto sin ningún rigor epistemológico.  De todas formas, no me extraña que el Sr. Hurtado acuda a este mediático panfleto –que tiene muy escaso prestigio en el ámbito incluso de las ciencias- para sustentar sus posiciones anti “popmodernas”, teniendo en cuenta que lo que se dirime aquí, es la posibilidad de que el pensamiento y la reflexión jalonen el conocimiento  más allá de los paradigmas de “objetividad y demostratibilidad” supuestamente científicos, o de esos ideales de "belleza, armonía y equilibrio" que propone para quien escribe en su semanario, a través de su manual de estilo,  o  ejerciendo su función de lector-editorialista “ideal”, con capacidad para decidir qué es entendible o legible y qué no, para todo tipo de público.   

Esas son las razones por las que apenas leo en la actualidad ese semanario, y prefiero por eso interactuar -y recomendar-  diversos blogs, revistas y sitios en la web, que abordan con mucha mayor seriedad y rigor, pero a la vez frescura y actualidad, tanto informativa como argumentativa,  estos temas relacionados con arte y cultura visual contemporánea (algunos pueden ser consultados como enlaces permanentes en este mismo blog). 

Para terminar, nada mejor que citar (“cito para mejor expresar mi pensamiento”, decía Michel de Montaigne, el creador del  ensayo libre en el siglo XVI), la excelente referencia de Walter Benjamin que dejó Tamara Díaz en alguno de esos correos, y que considero resume lo que podría ser un semanario cultural, con intenciones de mirar al presente y al futuro, tomando en cuenta el pasado, para no quedar anclado –como áncora- en ese idílico pretérito:  “La destinación de una revista es hacer patente el espíritu propio de su época. La actualidad de ese espíritu es más importante para ella que su unidad o claridad; por tanto una revista estaría condenada –como los periódicos– a la insustancialidad más completa, si en ella no pudiera configurarse una vida con fuerza suficiente para salvar todo cuanto resulte problemático con base en su propia afirmación”(Walter Benjamin: Presentación de la revista Angelus Novus).