Mostrando entradas con la etiqueta arte contemporáneo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta arte contemporáneo. Mostrar todas las entradas

15 nov 2015

Versus

fotos: cortesía Equilátero.
Artistas: Marco Arce, Diego Arias, Lucy Argueta, Fabricio Arrieta, Andrés Asturias, Diana Barquero,  Moisés Barrios, Patricia Belli, Javier Calvo, Rolando Castellón, Isidro Ferrer, Oscar Figueroa, Julián Gallese, Luciano Goizueta, Marco Guevara, José Alberto Hernández, Pamela Hernández, Walterio Iraheta, Edgar León, Marck,  Sara Mata, Priscilla  Méndez,  Mauricio Miranda, Fabián Monge, José Montero, Sandra Monterroso, Ronald Morán, Julia Murillo, Pablo Murillo, Ignacio Quirós, Andrés Rangel, Emanuel Rodríguez,Joaquín Rodríguez del Paso, Christian Salablanca, Cinthya Soto, Leonardo Ureña, Mariela Víquez, Elena Wen.

Ver$u$ es  una exposición concebida entre  la feria SatisFACTORY, la galería Equilátero y el curador Ernesto Calvo,  en la cual se ponen en escena diversas confrontaciones relacionadas con el arte contemporáneo.  Esas contradicciones se refieren, en primer lugar,  a los conflictivos vínculos entre el arte como hecho creativo y el mercado del arte como generador de mercancías simbólicas. El devenir de las relaciones mercantiles, sus transacciones y sus agentes -galeristas, coleccionistas, marchantes,  curadores, artistas- casi siempre han quedado como un fenómeno relegado,  o incluso  oculto y hasta “vergonzoso” dentro del sistema de valorización artística.

En la época actual, sin embargo, donde  las fronteras entre arte,  diseño e incluso artesanía, entre estética, valores y funcionalidad cada vez se vuelven más porosos y permeables, cuando las interrelaciones entre objetos e imágenes artísticas, cotidianas y virtuales se desdibujan  constantemente,   es  imposible ignorar no solo la forma en qué se consumen y con-funden esos productos artísticos, de diseño y cotidianos, sino cómo todo ello condiciona sus valores estéticos y monetarios, culturales y sociales.    

Teniendo en cuenta  esas constantes contaminaciones y negociaciones,  esta muestra expone a  artistas reconocidos   junto a  otros más jóvenes, que evidencian algunas de esas confrontaciones en el ámbito artístico relacionadas a lo mercantil y simbólico, pero también referidas a modos de representación diversos  de la imagen y los objetos (de la pintura y el collage, a la fotografía  y el video; de la instalación y el objeto pop  al ensamblaje y la artesanía), así como temáticas que van desde los paisajes rurales-urbanos-virtuales  a los cuerpos y sus sexualidades, de la religión y sus represiones  a la interculturalidad y sus dilemas.    

Por otro lado, la idea curatorial y museográfica de la muestra, teniendo en cuenta el espacio  galerístico en que se expone y el contexto ferial  en que se inserta, propone  ciertos vínculos eclécticos  entre los montajes feriales y  museísticos, apostando por el diálogo –y la confrontación- de obras  entre sí,  y respecto al espacio mismo.  Y por último, la frescura, potencia, seriedad y/o  humor  de las propuestas escogidas, es una apuesta  por el  estímulo a un coleccionismo más arriesgado e inteligente, más convencido de la necesidad de brindar apoyo, a través de criterios propios y autónomos, al contexto del arte contemporáneo local.  



  


imágenes de la galería (cortesía de Equilátero   


 Notas al margen de VER$u$


 . VER$u$ fue pensada desde una cínica pero  confrontativa frase: “El arte trata de la vida, el mercado del arte de dinero” (Demian Hirst). 

. VER$u$ surge a medio camino de un encargo ferial (Satisfactory),  galerístico (Equilátero) y un  reencuentro contextual -curatorial.

. VER$u$ es una apuesta por activar una confrontación tan ficcional  como in-necesaria.

. VER$u$ se inserta -y responde-  a una dinámica mercantil artística, poniéndola en escena para exhibir (algo de) su fachada y sus entre bambalinas.  

. VER$u$ busca evidenciar  (sin muchos rodeos ni metáforas) la paradoja del “arte” como intento de creación simbólica (sea cual sea el significado de esto)  y el “mercado del arte” como generación de mercancías, también simbólicas.

. VER$u$ busca hacer (relativamente)  visible la transacción comercial y sus entresijos en el sistema del arte,  develando  (parcialmente)  lo casi siempre oculto, opaco.   

. VER$u$ es (museográficamente)  una  ecléctica mezcla de  obras y temas  en un atractivo  espacio galerístico,  con guiños a salón de arte y ferias de (cierto)  glamour.   

. VER$u$ es también la mezcolanza promiscua de artistas jóvenes  y no tan jóvenes, emergentes y sumergidos,  reconocidos y no tan reconocidos,  desconocidos  y  fantasmales. 

. VER$uS intenta activar algunas confrontaciones  en un escenario nacional (Costa Rica) y regional (Centroamérica),   que se mueven  ambiguamente entre  un  incierto cosmopolitismo globalizante y un cierto provincianismo ingenuo, entre algunas cercanías extremas y  otras distancias adecuadas.

. VER$u$  se complementa en  la  “mirada” del espectador (Duchamp); pero sobre todo en el “bolsillo” del comprador (Hirst).


17 sept 2012

Esto no es un áncora: políticas editoriales, estética y arte contemporáneos



Esto no es un áncora
 
de políticas editoriales, arte y estética contemporáneas


La “polémica” que se ha suscitado en los últimos días, a través de correos electrónicos, sobre la responsabilidad de un semanario cultural –Ancora, de La Nación- en el abordaje y visibilización de temas relacionados con arte y cultura visual contemporáneas, ha derivado en varias intervenciones y algún artículo reciente que, al haberlos leído y contrastado, me han llamado la atención no solo por lo que dicen o expresan, sino por lo que subyace tras ellos, por lo que omiten más que por lo que evidencian... 

Expresaré aquí mis puntos de vista acerca de algunos de ellos, y los publico en mi blog personal, pues considero que justamente uno de los aspectos neurálgicos que se está debatiendo aquí, es no solo la falta de información, conocimiento y/o los prejuicios de este medio masivo de información –o más bien de su editor- en cuanto a las problemáticas de estética, arte y cultura visual contemporáneas, sino acerca de “políticas editoriales” en general.  

. Sobre “políticas editoriales”:

El Sr. Hurtado, editorialista jefe –y al parecer único- del semanario Ancora, ante las interrogantes y los cuestionamientos que se le han hecho a través de múltiples correos electrónicos en semanas recientes, expuso de manera diáfana su punto de vista al respecto: “el responsable del contenido soy yo”. Con esa frase, el Sr. Hurtado me hizo recordar aquella célebre -L'État, c'est moi”-  que pronunció Luis XIV a finales del siglo XVII, aunque en este caso acotadas a las escasas páginas a las que ha sido reducido el semanario Ancora.

Siguiendo su etimología misma, pareciera que “anclar” sus perspectivas en algún sitio bien hondo y oculto es la intención de este semanario, pues en los últimos años se ha alejado de lo que debería ser su propósito principal: actualizar, interactuar, debatir, polemizar, increpar -aun con propósitos informativos y educativos- al  medio artístico y cultural costarricense; y más allá, ponerlo a  dialogar con problemáticas y temas que rebasen su contexto físico y simbólico. 

Por eso me cuestiono si existe algo parecido a una política o línea “editorial” en este semanario, o simplemente está sometido a lo que se le ocurra o antoje publicar a su editor- jefe, pues sino existe un equipo editorial -como es algo común, y profesional, en cualquier semanario o revista literaria-cultural que se respete-, al menos deberían existir algunos especialistas o “asesores” editoriales de los múltiples temas relacionados con las artes, que orienten al menos  a este señor, pues es imposible que una sola persona pueda abarcar todos los conocimientos suficientes para tomar decisiones editoriales sobre las muy diversas  tendencias o eventos del arte y la cultura que se producen en la época actual, aun en un contexto pequeño como el costarricense. 

Que no existan esos asesores editoriales para darle una perspectiva un poco más plural y abierta a lo que se publica en este semanario, pero además, que muchos colaboradores anteriores –escritores, ensayistas, críticos, periodistas, como mencionó alguien en uno de los correos- que antes publicaban en este medio, no lo hagan en la actualidad, habla por sí solo de las in-capacidades del Sr. Hurtado para atraer a profesionales valiosos en sus especialidades.     

Ahora bien, aparte de dejarnos claro que solo “él” es quien decide qué se publica -o no- en el semanario Ancora, y por lo tanto, seguramente qué temas se abordan, el otro argumento, aun más sorprendente, que el Sr. Hurtado esgrime para sustentar su “política editorial”, es el  “manual" de escritura que receta a sus colaboradores, y para ello acude a una frase no menos antológica: “Lo que no se entiende no se publica porque no se lee” (textos “vagos, metafísicos” les llama); para luego situarse él mismo como una especie de “lector-escritor” común o promedio, aun cuando los breves textos  que he leído suyos -llamados “Disquisiciones”-  están justamente plagados de vagas referencias a filósofos, literatos, etc., de al menos dos siglos de antigüedad casi siempre, que pudieran considerarse  precisamente “metafísicas”,  pues no se toma el mínimo trabajo de situarlas en sus con-textos históricos y de pensamiento.  

Al menos para mí como lector (que no me considero “promedio”, como dice de sí mismo el Sr Hurtado),  sus “disquisiciones”  me resultan de los más críptico pero a la vez de lo menos disfrutable que he podido leer en un semanario cultural o literario,  pues ni abordan un tema específico, ni llegan a ningún lugar en los "argumentos" que plantean, y por ello mismo se vuelven justo un modelo “di-vagación metafísica”. El Sr. Hurtado, que al parecer se considera un émulo de Jorge Luis Borges y dicta manuales de escritura, no ha entendido que el lugar para publicar sus breves “disquisiciones”, no es  un semanario cultural, sino un libro de miniprosa  -ensayística, poética, o como quiera llamarle- que pudiera financiarse él mismo, sino encuentra una editorial que se decida a publicarlo. 

Por lo tanto –y para no divagar más- que alguien que escribe esos tan breves aunque inentendibles textos, anteponga un “manual de estilo" hecho por sí mismo, para dictar quién pública o no en “su” semanario, no deja de ser sospechoso de que el verdadero motivo de tal particular política editorial, no es tanto el “estilo” gramatical o literario del que desea publicar, sino de quién y qué se desea publicar.  Pienso que, en última instancia, eso es lo que está detrás de ese famoso manual  y de la escasa y selectiva publicación de temas sobre arte –y más específicamente sobre arte contemporáneo- que se maneja en este  semanario desde hace algunos años y hasta la actualidad.

Igualmente, que se esgrima el pretexto de “claridad textual” hacia un “público promedio”,  tomándose a sí mismo como medida del “lector ideal”,  sin que se nos justifique bajo qué normas o parámetros  se realizó ese manual, no es serio ni sustentable desde ningún punto de vista: ¿sobre qué criterios periodísticos, literarios, gramaticales se realiza  esto? ¿o es que el Sr. Hurtado tiene la  “verdad” sobre el recurso de la comunicación periodística-cultural para públicos diversos en su mente? ¿cómo demuestra este editorialista quién “entiende” -o no- los textos que se publican en su semanario, tanto a nivel de temas como de contenidos y estilo?  ¿acaso recibe la continua retroalimentación crítica de amigos “lectores”, porque al menos en la web, los artículos están plagados de “cero” comentarios, según constaté en días recientes.

He trabajado como crítico de artes  visuales y cine para varios medios -incluida La Nación-  tanto masivos como especializados en Costa Rica,  Latinoamérica, EE.UU. y Europa, y  nunca un editorialista me había espetado un “manual” como base para publicar en esos medios, pues se trata de un simple respeto profesional. Si un editorialista tiene algún cuestionamiento a lo que escribió un colaborador –sea de contenidos o de estilo- en un artículo determinado, lo que hace es comentarlo directamente al que escribe, para negociarlo como política editorial.   Todos estos cuestionamientos los hago, además, porque asumo que esos criterios periodísticos de supuesta "objetividad o equilibrio" en la escogencia de información, contenidos, temas, formas o estilos de redacción,  no dejan de ser -en este caso específico- sumamente antojadizos y arbitrarios, lo cual no tendría ningún problema si este medio fuera el semanario, revista o página web particular de este señor,  que no lo es.

Por eso considero particularmente, y no lo generalizo (como si lo hace el Sr. Hurtado  al situarse como una especie de lector-editor "ideal” en la escogencia de lo que se publica o no en Ancora y de lo que pueden leer o no sus lectores)  que este semanario ha perdido en los últimos años la presencia y repercusión tanto mediática como informativa que tenía hace un tiempo en el medio artístico y cultural costarricense, pues se ha convertido en un aburrido espacio de  artículos breves -estilo “reader´s digest”- que no tratan ni con seriedad ni con profundidad, en la mayoría de los casos, las “ciencias” y las “artes” que se proponen abordar; pero que tampoco realiza lo que debería ser –a mi entender- su objetivo principal: no solo “informar”, sino visibilizar y situar problemas, debatir y polemizar dentro del  medio artístico y cultural costarricense, y más allá de éste; pero además,  ponerlo a  dialogar con temas y problemáticas más allá de su contexto.  

En cuanto a la escritura misma y sus bemoles, un semanario cultural más que ningún otro medio –deportivo, de moda, de farándula, etc- precisamente por las características  de los lectores a  los que va dirigido, se supone más interesados y abiertos a estos "experimentos",  puede  permitirse la libertad de ser más flexible e incluso arriesgado con el lenguaje que maneja, tanto textual como visual, pues precisamente sus potenciales lectores y colaboradores, trabajan o están cercanos a estos campos de escritura y visualidad. Así, si nos guiáramos  por las normas del manual del Sr Hurtado, me imagino que los espacios más o menos masivos de reflexión y crítica artísticas, no hubieran podido ir más allá del carácter didáctico que le confería a estos escritos Diderot, que en la época en que fueron expuestas eran muy necesarias por la función educativa que podrían desarrollar, pero que esgrimirlas en la actualidad -de manera ortodoxa- resulta no solo profundamente conservador, sino además un sinsentido. Como expuso Charles Baudelaire a mediados del siglo XIX -y también lo hizo Oscar Wilde a finales de ese siglo, y lo enfatizó  Roland Barthes en "Crítica y Verdad" o Tzvetan Todorov en sus entrevistas-conversaciones de "Crítica de la crítica"- las reflexiones sobre artes y literatura en medios masivos deben ser serias en sus planteamientos y contenidos, pero a la vez apasionadas y vehementes en sus argumentos y puntos de vista, no  un rejuego de retórica apolinea -belleza, perfección y armonia ante todo- para supuestamente  hacerlas  "diáfanas, equilibradas, legibles"; qué hubiera quedado de la experimentación literaria (de Cervantes a Joyce), ensayística (de Montaigne a Paz), crítica (de Baudelaire a Barthes), si siguiéramos esas ortodoxas reglas de escritura. 

Por otro lado, desde el "lector" y los recursos de comunicación:  considerar a quienes leen o quienes miran, tanto en un sentido visual como textual, especie de sub-normales, que hay que darles temas y escrituras  “didácticas-entendibles”, o sea, predigeridas y sosas, con un criterio "editorial" que no tiene ningún tipo de fundamentación ni sustento palpable (si acudimos al paradigma de las “estadísticas” o de las “ciencias” para sustentar esto), no es más que puro personalismo, disfrazado de “objetividad” periodística.   

 . Sobre estética y arte contemporáneos:       

El tema del “arte contemporáneo”, su in-visibilidad y los prejuicios con que ha sido  analizado, fue la base sobre la que se cuestionaron las posiciones de ese semanario en los correos de días recientes, lo que me permitió leer algunas afirmaciones o breves comentarios del editorialista de Ancora, que me resultaron muy llamativos de sus percepciones al respecto, más por sus desconocimientos y lo que omite,  que por lo que dice... 

Así, en una breve disertación sobre la diferencia entre “artes plásticas” y “artes visuales”, el Sr. Hurtado recurre a Aristóteles para legitimar su distinción (lo cito: “Las artes plásticas son las que ofrecen objetos físicos que revelan trabajo de la forma. Las artes visuales son las que se hacen para que la gente las vea. Esto equivale a la diferencia aristotélica de la especie y el género”)

Con esta confusa referencia a Aristóteles, obtenida de quien sabe qué “interpretante”, el editor demuestra sus cuestionables conocimientos sobre el tema al que se refiere. Para cualquier profesor o conocedor de estética, esta alusión no resulta más que una pedantería innecesaria y -por lo demás- errada, pues es sabido que lo que nos ha llegado fragmentariamente de Aristóteles, referido a la estética y las distinción entre artes, pertenece a la primera parte de su Poética, donde este filósofo no realiza directamente ninguna distinción explícita entre artes “plásticas” y “visuales”, pues esos términos simplemente no existían en la antigüedad griega tal y como se conocen hoy. Por lo tanto, la extrapolación que realiza el Sr. Hurtado a la supuesta diferencia entre "especie y género" para referirse a las artes "plásticas y visuales", refleja esa necesidad de establecer continuamente distinciones entre técnicas o lenguajes, contenido y forma, tan propio de una modernidad que leyó de una manera bastante formalista, tanto a Platón y Aristóteles, como a la tradición renacentista-iluminista que la continuó.   

Las distinciones entre artes visuales y literarias, entre artes manuales, bidimensionales o espaciales -en “Occidente” al menos-, aunque proceden indirectamente de la tradición clásica greco-romana, fueron totalmente actualizadas como distinción genérica y conocimiento general, desde el surgimiento de la estética como “disciplina” a lo largo del  siglo XVIII: del Laooconte de Lessing y la Crítica del Juicio de Kant, pasando por todo el siglo XIX –de Hegel a Nietzsche-; para desembocar en los estudios especializados del siglo XX de historiografía del arte –iconología, sociología, etc-, así como en la irrupción de los medios tecnológicos, la fotografía y el cine sobre todo,  en el ámbito estético-artístico desde el siglo XIX y durante el  XX y hasta la actualidad, donde los medios digitales-virtuales vuelven aun más complejas y difusas estas supuestas distinciones o fronteras que se pretendieron  realizar entre las “artes”. O sea, desde Aristóteles -que sin duda fue y sigue siendo, a pesar del origen difuso de sus escritos,  una base muy importante para entender algunas distinciones y elementos relacionados con las artes y la estética- ha llovido mucho, y no solo en Costa Rica, y los planteamientos dedicados a la estética y las distinciones entre lo “plástico” y lo “visual”, tienen una infinidad de referentes más actuales y precisos que Aristóteles: desde Panofsky, Gombrich o Warburg, hasta  Danto, Didi-Huberman, Foster o  Mitchell, para mencionar solo unos pocos... 

Por eso, la anacrónica “distinción” que este editor hace y las percepciones estéticas que deben acompañarlas como referentes (posiblemente más cercana a la idea de “mímesis” de Platón y lo apolineo, que a la de catarsis o re-creación de lo real desde la representación que expone Aristóteles  sobre todo en torno al teatro, que fue sobre lo que más escribió o analizó),  cuando menos debería actualizarlas, para que en una explicación periodística sobre el tema, no tenga que recurrir a tan añejos  referentes. 

Por otro lado, si el Sr. Hurtado se actualizara un poco en sus lecturas ensayísticas y filosóficas, se daría cuenta que incluso algunos de los filósofos a los que alude irónicamente como “popmodernos” (como hizo con el texto sobre lo “contemporáneo” de Giorgio Agamben, que recomendó Sergio Villena en los correos), para ningunearlos, tienen posiciones críticas   respecto al arte y la cultura visual posmoderna y contemporánea.  Quizás por eso, solo se le ocurrió acudir al endeble panfleto  de  A. Sokal y J. Bricmont -Imposturas intelectuales-  que supuestamente cuestiona a un grupo de autores contemporáneos claves de ascendencia francesa (de Julia Kristeva a Jacques Lacan, pasando por Jacques Derrida o Jean Baudrillard) por supuestamente “abusar” de manera arbitraria, de conceptos y términos de las ciencias y no aportar argumentos “demostrables” para sus afirmaciones; sin tratar de comprender -como han analizado múltiples especialistas en estos temas- las particularidades de los libros-ensayos  y autores que ponen aparentemente en entredicho,  de dónde extraen esas referencias "extrapoladas" -según sus percepciones- o cómo son utilizadas y sacadas de con-texto sin ningún rigor epistemológico.  De todas formas, no me extraña que el Sr. Hurtado acuda a este mediático panfleto –que tiene muy escaso prestigio en el ámbito incluso de las ciencias- para sustentar sus posiciones anti “popmodernas”, teniendo en cuenta que lo que se dirime aquí, es la posibilidad de que el pensamiento y la reflexión jalonen el conocimiento  más allá de los paradigmas de “objetividad y demostratibilidad” supuestamente científicos, o de esos ideales de "belleza, armonía y equilibrio" que propone para quien escribe en su semanario, a través de su manual de estilo,  o  ejerciendo su función de lector-editorialista “ideal”, con capacidad para decidir qué es entendible o legible y qué no, para todo tipo de público.   

Esas son las razones por las que apenas leo en la actualidad ese semanario, y prefiero por eso interactuar -y recomendar-  diversos blogs, revistas y sitios en la web, que abordan con mucha mayor seriedad y rigor, pero a la vez frescura y actualidad, tanto informativa como argumentativa,  estos temas relacionados con arte y cultura visual contemporánea (algunos pueden ser consultados como enlaces permanentes en este mismo blog). 

Para terminar, nada mejor que citar (“cito para mejor expresar mi pensamiento”, decía Michel de Montaigne, el creador del  ensayo libre en el siglo XVI), la excelente referencia de Walter Benjamin que dejó Tamara Díaz en alguno de esos correos, y que considero resume lo que podría ser un semanario cultural, con intenciones de mirar al presente y al futuro, tomando en cuenta el pasado, para no quedar anclado –como áncora- en ese idílico pretérito:  “La destinación de una revista es hacer patente el espíritu propio de su época. La actualidad de ese espíritu es más importante para ella que su unidad o claridad; por tanto una revista estaría condenada –como los periódicos– a la insustancialidad más completa, si en ella no pudiera configurarse una vida con fuerza suficiente para salvar todo cuanto resulte problemático con base en su propia afirmación”(Walter Benjamin: Presentación de la revista Angelus Novus).


3 sept 2010

José Luis Brea: últimos días...

A propósito de la muerte uno de los mayores impulsores -editoriales y reflexivos- 
de la renovación de los estudios sobre artes y cultura visual en la era de la imagen

fragmento del texto de la exposición "Los Últimos Días" 
(texto completo en Salon Kritik)


¿Acaso no nos resulta intolerable ya ese encasquillamiento de una cultura que se ha embobado de sí misma en la imaginación enfermiza de su final, en la letánica intuición de su agonía? Sin duda, sin duda. 

Pero entonces, nada de apocalipsis -ni apocalipsis-ahora, ni apocalipsis futuro-, nada de -como certeramente ha reclamado Derrida- moribundias. Ni plagas ni pestes, ni signos en los cielos o presentimientos agónicos que -a baja intensidad- persigan electrizar nuestra piel: negativa a todo discurso catastrofista o postrimero, a todo expresionismo agorero de finales -perpetuamente aplazados. 

En su lugar, sólo la proclamada pasión de un trastorno radical, la voluntad decidida de una transformación rotunda. 

Nada de profecías -sino sólo una antiprofecía: los últimos días. Nada de diagnósticos -sino revolución ahora, apropiación de destino, ganancia definitiva de la vida y el mundo. Activismo, ejercicio radical de la pasión de otredad, abandono inmediato y decidido de un estado de la vida intolerable, improlongable, ...

Los últimos días: sólo la pasión del tránsito, del salto al vacío, a un más alla sin dibujo ... Y el adiós a promesas y consuelos, a nostalgias y embadurnes, a bálsamos y tibiedades. La vida no habita más la vida. Es pues preciso, todavía, decir: “nosotros los póstumos, nosotros los más efímeros”.

Pero sólo para trazar el rastro de nuestro paso fugaz. Nuestros son los últimos días -pues sólo nosotros hemos aprendido a querer los finales, sólo en nosotros ellos se quieren al mismo tiempo pasajeros y eternos, fugaces y plenos. Allí donde la vida no consiente más ser estafada: los últimos días.

El tiempo-ahora.

Irreversiblemente, y para siempre.

El arte, pues, contra la vida. Contra esa forma domesticada de vida que repugna en su insuficiencia, en su escisión. Es decir: el arte a favor de la vida, más allá de su separación: incluso contra el propio arte, como separado de la vida. El arte, entonces, como verdadero dispositivo político, antropológico -el arte como función teológica.

Inseparable de su origen sagrado, de su destino trágico -en su ateismo radical, en su orfandad absoluta. Inseparable de la escena del trastorno que habría de arrastrar en catarsis al sujeto hacia el vértigo de la conciencia de su insuficiencia constitutiva, la de la vida misma tal y como le es entregada -raptada: insuficiencia del pensamiento reducido a la conciencia, del mundo de las cosas reducido a su mercado, de la historia reducida al falsario inventario de las ruines hazañas fabuladas por los presuntos vencedores.

Pero, sobre todo, insuficiencia del arte reducido a repertorio inocuo de las formas y sus variaciones, insuficiencia de un arte que se arrinconaría como forma depotenciada del pensamiento, desplazado a una extraterritorialidad inefectiva. Desde ella, en el acontecimiento a bajo nivel de la forma tecnológica de su desaparición simulada –acontecimiento epocal que nos ocupa- nuestro arte light no tiene otra fuerza que la de legitimar la luz crepuscular de lo real con el esbozo de una zona de sombra –a cuyo vértigo verdadero ni siquiera posee la fuerza de convocar.

Allí, el arte pierde toda fuerza de trastorno, al sólo servicio del mercado -de la cohesión social en torno a su forma irrealizada, de consolidación del consenso en los alrededores del más insulso nihilismo. Los dioses abandonan, aburridos, el mundo, sí. Pero no es el arte la espada flamígera que decreta su expulsión, para hacer de cada uno de nosotros el ángel implacable que la ejecuta –reabsorbiendo los poderes tanto tiempo expropiados-, sino el consuelo de un mundo ya evacuado de toda expresión de fuerza, tan intrascendente y vano que -de no ser por la suposición de profundidad con que la perpetuación del supuesto de potenciales en que el arte nos entrampa todavía- cualquiera de nosotros, en ejercicio de plena e impecable lucidez, sin duda preferiría olímpicamente abandonar.

¿Habríamos de aceptar ese destino gris del arte en una especie de “fin de la historia” en que toda su aventura quedara desarmada, bajo la forma disminuida de su simulada desaparición, y reducida al mero juego de las variaciones de la forma, que sólo adornan el farsante progreso con que la técnica escribe su arrollador e insensato paso por el mundo -en esta hora extendida de la pecaminosidad consumada?

Pero no: contra la ficción inmovilista del fin de la historia -contra su anuncio de una perpetuidad pacificada de la crueldad liberal que exime al mundo de toda aventura vinculada a la voluntad de su transformación rotunda- la ficción potenciadora de los últimos días. Como guillotina siempre elevada en el aire de la historia -hecha naturaleza. Convirtiendo el más legítimo de los nihilismos no en argumento de pasividad o conformismo, sino en resorte de la más fiera querencia de transformación, venganza contra el adormecimiento que se apropia, cada día, en cada palabra o gesto, de la más profunda riqueza que debería alentar nuestro existir.

Subjetividad dispersa, el pensamiento acontece allí como episodio laxo y distendido de recorridos arteriales -que la misma organización material del mundo preordena. Todo se refleja en todo, obliga a todo, y el pensamiento que se ejerce desde la limpia laxitud -que es tarea de la liturgia ritual del arte encender- a que se accede al dejar atrás el cansancio infinito de la interminable persecución del sentido, no es sino expresión de tal vibración monadológica del mundo: el más poderoso pensamiento que nunca la especie humana ha podido consentirse.

Y allí el tiempo se congela eterno, en un instante ilimitado -pues son los nombres de las cosas los que a veces dejan de corresponder, pero en su latido el mundo no cesa de expresarse pleno, sin grieta. La herida del mundo, el hombre, cierra sobre sí su desaparición, su rebasamiento, su superación. Sin esfuerzo, como una muerte cálida que no es sino un reposar del ansia, un experimentar la no exigencia del sentido. El mundo es pleno en su latido intemporal, y la forma del pensamiento cumplida en ese anidamiento es, también, sin bache, sin fisura. Nada le falta -sino, ahora sí, destino.

Cascada de ángeles, el mundo quieto, sin historia, en un instante-ahora que se abre pleno, conteniendo en sí su temporalidad entera, extendido en el tiempo y el espacio sin límite, en toda dirección -incluso hacia dentro: a todas sus posibilidades. Todo escrito y revelado en cada punto, eco de todo en cada recoveco, reverberación eterna y sostenida del mundo en un pensamiento sin sujeto, en una historia -no del hombre.
 
Quizás sea esa experiencia de la temporalidad en lo fugaz lo que la ficción de los últimos díaslos últimos días. nombra, una experiencia que de alguna manera nos corresponde epocalmente -asumir lo cual representa aceptar como fuerte el pensamiento de la posmodernidad, reconocer en él algo no puramente negativo, sino auroral: reconocerle como profecía y anuncio del estallido de la era del tiempo-ahora (como tiempo-pleno) que palpita en la imaginación de

Si ese presentimiento fuera cierto, al asomarnos a su figura veríamos cumplida la condición que Benjamin interpuso para confiar en algún saber. Parafraseándole, por última vez, “nunca creeríamos en forma alguna del arte que no permitiera explicar por qué en los posos del café puede leerse todo el futuro”. Como en ellos, éste se escribe en Los Últimos Días. Y dice, ciertamente, “esperanza” -aunque “no para nosotros”. Pero, maldita sea, quién la necesita: ¿acaso no basta con que la haya?. 

Enlazo algunos de los sitios -personales o colectivos- que José Luis Brea impulsó en su amplia labor tanto ensayística como editorial: 







2 sept 2010

el malestar de la curaduría: ¿un acto in-visible?

Ponencia presentada en el evento El acto invisible, organizado por la Espira-La Espora,
dedicado a debatir reflexiones teóricas y prácticas curatoriales específicas en la región centroamericana.  

El malestar de la curaduría: ¿un acto in-visible?

 Una breve introducción termino (i) lógica

Quisiera comenzar esta ponencia haciendo referencia a dos aspectos que me han llamado la atención sobre este evento, convocado con la intención de reflexionar sobre distintos aspectos relacionados con las prácticas curatoriales en el sistema del arte actual. Por una parte, me ha resultado llamativo el contexto en que se realiza: la inauguración de la bienal nicaragüense de artes visuales; y por otro, como iniciativa del proyecto pedagógico Espira/La Espora. Esto, a mi entender, resulta sintomático -retomando la referencia psicoanalítica del título de mi ponencia- de una imprescindible focalización sobre este controversial fenómeno dentro del arte contemporáneo, pero a la vez de un cierto estado de “malestar” –implícito o inconsciente- acerca de esas prácticas dentro el sistema artístico.

La otra cuestión por la que me resultó llamativo este debate es por el nombre mismo de la convocatoria, que pienso condiciona, pero a la vez abre amplias posibilidades al debate. En cualquier caso, precisamente por ello asumí que mi ponencia fuera un suerte de diálogo relativamente explícito con respecto al título mismo de la convocatoria (“el acto invisible”), pero poniéndolo sin embargo entre signos de interrogación, y además colocando un ambiguo guión entre el prefijo “in” y el adjetivo “visible” en tanto forma, quizás perversa, de situarlo en una especie limbo, de paradójica indefinición. A esto añadí, por otra parte, una intencionada apropiación de ese “malestar en la cultura” que Freud asumió como reflexión acerca de su propia obra y su contemporaneidad al final de su vida, y que yo lo extiendo aquí a la curaduría en tanto interrogante asociada a ideas de incomodidad, culpa, desazón…


Haciendo un poco de genealogía

He decidido abordar estos dilemas acerca de la curaduría desde términos o referencias cercanos al psicoanálisis, no solo por la idea de “malestar, incomodidad o invisibilidad”, sino también porque el término mismo de curador arrastra, a partir de su etimología y desde sus funciones iniciales (el curator inglés) una ambigua condición: cuidador o restaurador de lo que está dañado, o al menos de lo que es necesario preservar, con una inevitable dimensión a medio camino entre el analista y lo paterno, tan cercanos en ambos casos a la terminología y la práctica psicoanalítica; esto para no aludir a la variante francesa o española (commissaire o comisario) de claras referencias al orden, casi represivas…

Ahora bien, más allá de esa pesada carga histórica -e inconsciente- el término actual de la curaduría y sus problemáticos contornos, al parecer comienzan a gestarse a finales de los años 60´, con la emblemática figura -no por ello menos polémica- de Harald Szeemann y su ya mítico proyecto Cuando las actitudes devienen forma, de 1969, que luego se consolidó pero también institucionalizó de cierto modo en la V Documenta de Kassel, de 1972, con un proyecto -Cuestionamiento de la realidad, Mundos visuales hoy- que proponía interrogantes tanto generacionales como expositivas y curatoriales que -aun hoy- cuarenta años después, según Hans Ulrich Obrist, continúan estando activas (1).


Por otro lado, propuestas curatoriales-expositivas claves de la contemporaneidad y de paralelas dimensiones culturales, políticas e ideológicas más allá de lo visual mismo, pueden rastrearse desde “Magiciens de la terre” (1989), de Jean Hubert Martin, hasta las bienales de La Habana de los 80´, para referir momentos inaugurales en la emergencia y visibilización de las “periferias”; hasta las Documentas X y XI que encabezaron Catherine David y Okwui Enwesor, respectivamente, pasando por la XXIV Bienal de Sao Paulo de 1997 que organizó Paulo Henkerhoff. Todas ellas contribuyeron a desestabilizar preceptos aparentemente inamovibles y cartografías excluyentes en las llamadas relaciones “centro-periferia” del sistema artístico contemporáneo, pero también respecto a los alcances y eventuales condicionamientos del ejercicio curatorial. Y para hacer un necesario paréntesis genealógico (en este caso latinoamericano y centroamericano-caribeño al menos) habría que rastrear qué proyectos artísticos multidiscliplinares, cuestionantes e interrogativos en sus intencionalidades y búsquedas, se produjeron a finales de los 60´ o inicios de los 70´ en América Latina.

Lo curatorial y la in-visibilidad

Después de este brevísimo recorrido –o más bien enunciación- genealógica, me interesa ahora centrarme en el ejercicio curatorial mismo, en sus mecanismos internos y las reacciones que provoca. Muchas son las perspectivas que se debaten –y confrontan- al respecto: desde aquellos que despotrican sin recato en contra del ejercicio “oportunista o dictatorial” de los curadores, hasta aquellos que lo ven como un “mal necesario”; desde los que apuestan por entender el rol del curador en tanto “mediador”, hasta aquellos que apuntan a la idea de “complicidad” o incluso de “confrontación” con respecto a las propuestas del artista y la relación con el público y las instituciones. O, de una manera mucho más glamorosa, desde los que entienden los procesos curatoriales como “catalizadores”, hasta aquellos que lo asumen a partir de una perspectiva “relacional”. Por otro lado, contextualmente se producen otras variables o perfiles de lo curatorial: desde los posicionamientos del curador “institucional” o “profesionalizado”, hasta los devaneos de los llamados curadores independientes o free lance, nómadas, paracaidistas, comprometidos…En esa variada y casi infinita amalgama es donde se halla, pienso, una de las claves de lo inasible de estas prácticas.

Sin embargo, lo que sí parece incuestionable es el papel cada vez más hegemónico -y en algunos casos dominante o autoritario- que algunos tipos de prácticas curatoriales ejercen en los entresijos del sistema del arte actual. Ahora bien, como expresa Cuauhtémoc Medina, ya que la curaduría involucra tomas de posición sumamente diversas y heterogéneas, “todo enjuiciamiento en masa de ´los curadores´ es una simplificación tan bárbara como sería juzgar colectivamente a ´los artistas´ (...) El odio indiscriminado por el curador y el arte contemporáneo suelen ser la expresión del sentimiento más reaccionario que existe: la nostalgia por un sistema de dominación previo” (2). Sistema de dominación que, por cierto, no hizo explícitos ni discutió casi nunca sus mecanismos de poder anteriores. Tal vez por ello, más que apostar por el “anonimato” del ejercicio curatorial, Gerardo Mosquera ve saludable y hasta muy necesario que se haga explícito quién y desde dónde se habla, para que esto permita la confrontación, pero también el diálogo sobre lo curatorial y sus diversas estrategias.

No obstante, a esta posición habría que objetarle –quizás desde una perspectiva barthesiana o foucaultiana- que la “autoría” nunca se ejerce de manera diáfana, directa, sino mediada por múltiples condicionantes, tanto internas como externas, sean éstas institucionales, cognoscitivas o personales…Por eso, prefiero entender al curador más bien como ese “narrador de inconmesurabilidades” que propone el ensayista Manuel Cirauqui, cuando lo análoga a la figura del DJ, al exponer: “El curador encarna una forma singular de ´autor-al-margen´, de subjetividad semitransparente: las obras ajenas son su vocabulario…” (3).

Así, continuando la estela de interrogantes y cuestionamientos acerca de lo in-visible del ámbito curatorial, habría que preguntarse, entonces, cómo canalizar los conflictivos vínculos con esa otra autoría fundamental -la del artista- con la que muchas veces se produce el desacuerdo más importante, a partir de relaciones de poder que casi siempre resultan no solo asimétricas, sino también autoritarias. Y pienso que aquí es legítimo otro reconocimiento: tanto “artistas” como “curadores” formamos parte de un mismo entramado, el del arte, que como todos los estancos profesionales, ha esencializado -y hasta ontologizado- lo que no constituye más que una convención dentro de un sistema simbólico y de producción. Y, en este caso, lo que parecieran estar reclamando muchos artistas hoy, es que el centro de la atención pareciera haberse trasladado de la figura del artista al curador, tal vez porque, como expresa el mismo Mosquera: “El comisario ha resultado más sexy que sus obras, quizás por su extraña combinación de diletante, ejecutivo, comunicador, académico y estrella cosmopolita” (4); aunque algo relativamente similar podría decirse también sobre la figura del artista, no?
Cartel de exposición realizada en Espacio Aglutinador (La Habana, Cuba)
Por eso, no se trataría entonces de diluir en la indiferenciación total la condición de “artista” o de “curador”, sino de verlos en un entramado que los reconozca, no como estrellas o genios emisores únicos e incontestables, sino como productores, investigadores visuales, con respecto a los cuales es imprescindible ejercer un permanente diálogo y confrontación; y más: como sujetos de investigaciones multidisciplinares, cuyas propuestas poseen casi siempre amplias dimensiones culturales, políticas e ideológicas, que es necesario confrontar. A partir de estos supuestos, retomo otra perspectiva de Manuel Cirauqui, cuando afirma: “En lugar de preguntarnos en qué medida el curador es un artista, es más importante elucidar en qué medida el artista es también un curador (…) y en qué medida el comisariado o curaduría subyace o disuelve el resto de actividades artísticas” (5).

Y esto nos situaría, a su vez, en el polémico ámbito de la profesionalización y sus dilemas. Recuerdo que hace unos años, cuando apenas comenzaba a ejercer como curador en el MADC (Museo de Arte y Diseño Contemporáneo de Costa Rica), cuestioné a Cuauhtémoc Medina durante una conferencia en Teor/éTica, por afirmar que él prefería que la figura del curador fuera una especie de “outsider” o “improvisado”, que se mantuviera más allá de los estancos profesionales-simbólicos de la modernidad productiva en el sistema del arte. Así, sobre esto afirma Medina: “Uno de los elementos más perturbadores de la función del curador es que combina de modo casuístico tareas, saberes y poderes que bajo la mentalidad modernista, debieran haber sido ejercidas por gremios independientes y especialistas ´objetivos´ (…) la noción de “curador” nos lanza de lleno en el mélange postmoderno de cierta confusión disciplinaria (…) esa canibalización e indeterminación de funciones implica que, en sentido pleno, la ´curaduría´ no es una profesión (…) sino una función que debe reinventarse cada vez que se le asume” (6).

Llevando estas reflexiones a un lugar más autobiográfico, al cabo de algunos de años de prácticas institucionales o más relativamente “independientes”, con toda la carga de satisfacciones y frustraciones que ello me ha generado, hoy coincido mucho más con esa perspectiva de Cuauhtémoc Medina, que con la mía de aquel momento sobre la necesidad de la permanente reinvención y cuestionamiento de una “profesión” que, eventualmente, puede ser la del curador, pero también la del artista o del pedagogo. Y aquí, quizás entra una última y fundamental interrogante: entonces para qué curar, para qué enseñar, o para qué el mundo del arte?
Proyecto de Jonathan Harker y Walo Araujo, para la exposición
"Arte y curaduría: ¿un diálogo posible?, que coordiné en el MADC (Costa Rica, 2005)
Para responder a esto, quisiera retomar la perspectiva de unos jóvenes investigadores mexicanos, cuando en un breve aunque muy interesante texto -La Curaduría como medio- afirman que el ejercicio curatorial (¿y tal vez el arte todo?) solo puede tener algún sentido si se concibe como producción simbólica que implique, justamente la re-creación constante de esos posibles “sentidos”, pero como enlaces y procesos parciales entre pensamiento y experiencia, y no como lugar de llegada de éstos. Para ello referencian un concepto del filósofo francés Jacques Rancière, lo “facticio”, que implicaría una mezcla permanente entre acto, experiencia y ficción; actos y experiencias ficticias que, no obstante, crean un “ruido en la melodía de lo cotidiano”, donde la resistencia estaría precisamente en “nombrar una y otra vez nuestro mundo” (7).

Por otro lado, como parte de ese acto, de esa experiencia ambiguamente in-visible que significa la curaduría, quisiera retomar también la figura del “atrezzista chino”, que propone el investigador Galder Reguera como una posible y legítima metáfora de esas prácticas (8). Así, como expresa este ensayista, contrario a la visibilidad y el aspaviento del feriante nómada en el viejo oeste gringo, que dice vender un supuesto elixir milagroso y para ello despliega una publicidad performativa sobredimensionada, pero también del atrezzista del teatro occidental, que se esconde tras bambalinas en la ejecución de la trama; el atrezzista del teatro oriental está allí, presente en escena, hace evidente sus conocimientos, maniobras y hasta habilidades, pero sus funciones son relativamente imperceptibles dentro de la escenificación, pues es la trama, la ficción misma -incluso más allá de los personajes- lo que resulta importante. Creo que en la ambigua figura de ese “atrezzista chino” se pueden encontrar algunas claves -pero también interrogantes- de la in-visibilidad de lo curatorial…

. Notas y referencias de otros textos sobre lo curatorial: 

1. Sobre las connotaciones de esta exposición y sus propuestas curatoriales, puede consultarse el interesante artículo “When Attitudes Become Form”, de Hans Ulrich Obrist (en: www.laboratoriodepensamiento).

2. Cuauhtémoc Medina. “Sobre la curaduría en la periferia” (en: www. laboratoriodepensamiento)

3. Gerardo Mosquera. “La era de las exposiciones. Consolidación y desarrollo”, en: Exit Express, n. 37, 2008.

4.Manuel Cirauqui. “El artista como curador (y viceversa). Destinos confundidos”, en: Lápiz, n. 242, 2008, p.62.

5. Acerca de esta cuestión señala además Mosquera: “Las exposiciones son ahora las obras de estos nuevos autores, tan importantes o más que los artistas. Los comisarios otorgan una perspectiva particular a sus muestras, una firma que vende, una promesa de espectáculo y, en los mejores casos, configuran proposiciones artísticas y hechos culturales (…) resulta interesante como el comisario ha despertado mucha mayor atención que la valoración puntual, rigurosa y sistemática de las exposiciones en su trama artística, cultural, social e histórica”. Ibid, p. 10-11.

6. Cirauqui. Ibid, p.63.

7. Lourdes Morales, Javier Toscano y Daniela Wolf. “La curaduría como medio” (en:salonkritik)  En este texto también afirman: “El curador que resiste entreteje narrativas de tal modo que ofrece nuevas posibilidades de coincidencia entre el pensamiento y la experiencia (…) La curaduría como resistencia promueve así narrativas facticias, propone lo mundano como un sistema cambiante, inestable, y no como marcas indelebles en la subjetivación (...) Es jugar en el campo de lo simbólico sabiendo que es el valor de la experiencia lo que se apuesta”.

8. Galder Reguera. “El curador, el feriante y el atrezzista chino”, en: Lápiz, n. 242, 2008.